Corporative image for La loma Blanca, movie productions (Madrid). 2009
Las lomas no eran blancas —salvo licencia poética—; no eran elevadas, sino reductos atemperados: a lo mejor eran blancas por ser conglomerados de piedemonte que mostraban, fosilizadas, caracolas de número áureo; se extendían entre cañada y cañada acogiendo los parrales, impresionistas verde sobre verde.
Olían a labores de engarpe en primavera, a sarmientos quemados en otoño, y el viento zumbaba entre las cañas como en un órgano de infinitos matices.
Y las habitaban lagartijas, siempre simpáticas, alacranes y perros perdidos, o vagabundos…, tomillos y verdulagas, flores enanas entre pinchos, líquenes y esparto.
No eran tanto ellas como cuanto dejaban ver: otra loma, otro horizonte, allá por donde se iba hasta Adra o Almería.
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