Gil Parrondo.
El mundo desde otro mundo gracias al dibujo
La necesidad de ficción —que es la sustancia del cine—, es inherente al ser humano y adopta toda esa suerte de manifestaciones que han conformado el patrimonio que habitualmente llamamos “Cultura”. Desde las rudimentarias representaciones de las cavernas hasta las complejas creaciones de cosmogonías que explican y dan sentido a la vida, no hemos hecho sino expresar en forma de historias, la capacidad simbólica que diferencia, en términos kantianos, la “humanitas”, lo que es propio y universal del ser humano, de la “barbaritas”, la animalidad. Ernst Cassirer, fiel seguidor de ese idealismo, lo expresará diciendo que el hombre es el único animal capaz de crear símbolos, esto es: objetos que evoca a la mente algo más allá de su propia existencia material. En otras palabras: un castor no puede otorgar un sentido conmemorativo a la presa que construye, un grupo de perros se puede dar un festín pero no está celebrando un cumpleaños; ni, que sepamos, a los canes les gusta el Séptimo Arte…
Pocas manifestaciones como el cine son capaces de conjugar tantas convenciones, y en las que “lo imaginado” tenga una presencia tan amplia, variada y compleja para construir el producto final, desde el guión a la mesa de montaje, sin olvidar el modo de consumo de los espectadores. Habitualmente, todo comienza en un guión literario: vagas descripciones, visualizaciones de espacios y lugares reales o imaginados que serán representados más allá de su contingencia material; diálogos que varían en función de la personalidad de los actores y que determinan el registro en el que definitivamente se construyen los personajes; luego, los recursos expresivos autónomos de la narración fílmica; vestuario, maquillajes, imágenes sonoras, iluminación, trucos y efectos especiales. Toda una serie de mecanismos para situar en un tiempo y en unos espacios una historia que, tras el último día de rodaje, se convierte en una incógnita hasta que no pasa por el laboratorio de montaje en el que todo aquello cobra sentido. He escuchado en más de una ocasión sobre esa ansiedad que sufren muchos directores el primer día de rodaje ante la idea de “qué es lo que intento hacer”, y el primero del montaje, cuando se sumergen en una especie de depresión pensando en “qué habré hecho con todo ese dinero que hemos gastado en estos metros de celuloide”.
Gil ha pasado 70 años ayudando a crear ficciones. Más allá de ser uno de los mejores decoradores de la historia del cine, Gil es un gran dibujante. No es de extrañar que sus bocetos “convencieran” tanto a directores y productores. Su capacidad para prefigurar imágenes en movimiento es insuperable, tal y como contemplamos en esta exposición en la que podemos verificar, una vez más, que el dibujo es una decisión de rango nocional, una convención: la línea, la mancha, los puntos, las técnicas artísticas en definitiva no son sino determinaciones que el artista adopta para trasladar a una superficie una imagen; modos de interpretar que varían con los tiempos y las culturas, desde el cientificismo del Renacimiento hasta la sensibilidad del dibujo japonés.
Y, aunque a él no le guste el término, Gil Parrondo es un gran diseñador, en el sentido renacentista del término: el dibujo como disegno, la actividad intelectual (cosa mentale), que es ciencia de la representación gráfica y recurso capaz de proyectar edificios, monumentos, pinturas, urbanismos y hasta cartografías (“Que maravilla es un buen mapa en que vemos el mundo como desde otro mundo gracias al dibujo”, decía Samuel van Hoogstraten en su Introducción a la Academia de la Pintura (1687). Un mecanismo para hacer realidad lo imaginado, y que hasta nuestros días ha seguido teniendo un valor fundamental entre los mejores creadores. La tableta digital y los programas de diseño del ordenador (el “chiqui-chiqui”, como le llama Gil) jamás podrán superar la capacidad expresiva de un buen lápiz blando deslizándose por el gramaje de cualquier papel, ya sea Canson o aquel de estraza en el que en los mercados.
El decorador artístico —así es como prefiere definirse Gil Parrondo, frente a eso del “diseñador de producción”— es parte determinante de ese conjunto de ficciones que hacen una película: Gil busca, localiza, imagina, y traslada al dibujo el tiempo y el espacio de la historia. Hace una lectura de lo prefigurado en el guión, atento a lo que imagina y desea el Director, y lo expresa en dibujos, o en atrevidos collages, o en maquetas (que pena que se destruyan…), planifica difíciles estructuras ficticias, que a veces une al decorado natural (Una sencilla torre árabe da sentido a cuatro casas dispersas de cualquier municipio almeriense para convertirlas en un pueblecito de Túnez). Y si trabaja con la Historia, siempre será su propia interpretación del tiempo y el espacio, seleccionando los lugares, las arquitecturas, las formas y los objetos que él quiere evocar para la ficción en la que trabaja (él mismo ha dicho en varias ocasiones cómo de todas las películas que se han hecho sobre Cleopatra, el decorador ha representado el Egipto Antiguo de manera distinta en cada una de ellas). Determina, en fin, los términos para otra ficción, pues su producto final no será un edificio, ni un monumento, ni un cuadro, ni una plaza, sino otro imaginario: el que se expresa en metros y metros de celuloide (hoy día ya pixelados) destinados a servir al consumo de ficción, a satisfacer la necesidad de que nos cuenten historias que todos llevamos dentro desde que apenas tenemos uso de razón.
Los dibujos de Gil no ilustran, sus imágenes no tienen más fin que el de servir de soporte a un decorado ficticio, tampoco sirven para arquitecturas que perduren más allá del celuloide. Sin embargo, su capacidad para dibujar es tan espléndida, que muchos de sus dibujos, independientemente del fin instrumental para el que fueron realizados, tienen un valor autónomo, como muchos de los que se muestran en esta exposición, todos ellos de excelente factura y —sin miedo a utilizar el término—, de tan exquisita belleza que bien podrían servir para una muestra cuyo mejor título sería: “Gil Parrondo, dibujante”, a secas.
Elías Palmero
Coordinador de esposicón y catálogo
No hay comentarios:
Publicar un comentario